La cordillera de la Costa pierde su relieve en suaves colinas al norte del río Biobío, pero más al sur recobra su potencia como cordillera de Nahuelbuta. Gran Tigre parece ser el nombre ancestral de esta serranía antigua y misteriosa del Chile mapuche.
Con altitudes que llegan a los 1.500 metros, y cubierta por una vegetación fundamentalmente introducida, subiendo a la zona culminante, protegida hoy como parque nacional, la cordillera de Nahuelbuta recuerda su intacta exuberancia. Ahí, en uno de sus últimos reductos, vive la araucaria chilena.
Con altitudes que llegan a los 1.500 metros, y cubierta por una vegetación fundamentalmente introducida, subiendo a la zona culminante, protegida hoy como parque nacional, la cordillera de Nahuelbuta recuerda su intacta exuberancia. Ahí, en uno de sus últimos reductos, vive la araucaria chilena.
Como una de sus cumbres máximas, y quizás la más conspicua, la Piedra del Águila se alza, majestuosa, sobre el bosque, a 1.379 metros sobre el nivel del mar. Su ascenso permite contemplar, justo entre la región del Biobío y de la Araucanía, todo Chile a su ancho, desde el Pacífico hasta los volcanes andinos. Una excursión apacible para conectarse con la dulzura y el cobijo de una montaña acogedora, y para transportarse a un espacio de paz necesario en el mundo de hoy. Un regalo, quizás lejano, para la atribulada metrópoli, pero cercano si disponemos de la riqueza del tiempo.
El bien mayor es que se nos prodiga todo el año, aunque se trata de un paseo especialmente bello en invierno, con los matices de la nieve.
Los acantilados de exposición sur oriental de la Piedra del Águila y la zona de cumbre permiten la práctica de la escalada en roca, si queremos transformar los mágicos parajes en jardín de juegos.
Desde Angol o desde Cañete se accede en vehículo hasta Butamalal Bajo. Durante la temporada de lluvias hay que estar preparado para caminar. Más aún si el camino se interrumpe, especialmente en las inmediaciones del parque nacional Nahuelbuta.
Desde esas dos ciudades son poco más de 40 kilómetros hasta la administración del parque. Además de senderos interiores, existen caminos vehiculares que pueden ser intransitables en invierno. La excursión a la Piedra de Águila está bien señalizada dentro del Parque, y permite elegir varios accesos.
Desde el caserío de Butamalal Bajo (1.210 metros), una corta caminata por la ladera noroeste que tarda menos de una hora deja en la Piedra del Águila, que es la cuidadora de estas serranías del Gran Tigre, quizás bautizada así por los leones chilenos que pululaban y aún sobreviven, apenas cobijados por estas tierras altas.
Le sugiero más, porque una inmersión en la naturaleza requiere detenerse y bajar al presente, más allá de la velocidad del día a día y dejarse llevar por la profundidad de las alturas, en este caso apacibles, y que se reflejarán sin duda en todo el ser. Eso que se conoce como el regalo de la montaña.
El bien mayor es que se nos prodiga todo el año, aunque se trata de un paseo especialmente bello en invierno, con los matices de la nieve.
Los acantilados de exposición sur oriental de la Piedra del Águila y la zona de cumbre permiten la práctica de la escalada en roca, si queremos transformar los mágicos parajes en jardín de juegos.
Desde Angol o desde Cañete se accede en vehículo hasta Butamalal Bajo. Durante la temporada de lluvias hay que estar preparado para caminar. Más aún si el camino se interrumpe, especialmente en las inmediaciones del parque nacional Nahuelbuta.
Desde esas dos ciudades son poco más de 40 kilómetros hasta la administración del parque. Además de senderos interiores, existen caminos vehiculares que pueden ser intransitables en invierno. La excursión a la Piedra de Águila está bien señalizada dentro del Parque, y permite elegir varios accesos.
Desde el caserío de Butamalal Bajo (1.210 metros), una corta caminata por la ladera noroeste que tarda menos de una hora deja en la Piedra del Águila, que es la cuidadora de estas serranías del Gran Tigre, quizás bautizada así por los leones chilenos que pululaban y aún sobreviven, apenas cobijados por estas tierras altas.
Le sugiero más, porque una inmersión en la naturaleza requiere detenerse y bajar al presente, más allá de la velocidad del día a día y dejarse llevar por la profundidad de las alturas, en este caso apacibles, y que se reflejarán sin duda en todo el ser. Eso que se conoce como el regalo de la montaña.
Mauricio Purto
El Mercurio
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