jueves, 7 de marzo de 2013

Cuentos Mineros: Cuentos de una noche de Invierno

Era una noche fría de invierno, allá arriba en la Cordillera de Nahuelbuta perdido entre las quebradas se encontraba Manuel, en una choza que había levantado no sabe cuándo, dónde y porqué; solo sabía que estaba allí, colocando trampas en el río para pescar peces, cazar pájaros o algún animal para alimentarse y seguir viviendo ¿y para qué?; Esa pregunta le daba vueltas y vueltas en su celebro sin una explicación.

Sus ropas ya casi no existían era un ermitaño, un hombre solitario que hablaba con el viento, y solo obtenía como respuesta el silbido de este por las quebradas y sonido de las ramas al oponérsele a su paso, Manuel hecho más leña a la fogata esta daba un resplandor que dejaba ver la cara de este hombre, afuera las estrellas hacía rato habían salido acompañando a la Luna en su ronda nocturna, los tizones se quemaban lentamente, los aullidos de algún animal de repente sacaron a Manuel de sus recuerdos para traerlo al presente.

A su memoria de repente aparecían fugaces imágenes que lo perturbaban aún más en su mundo de inconsciencia en el que estaba sumido, las imágenes de un rostro de mujer hermoso le mortificaba su memoria, unos niños jugando una casa que era eso, jardines y de repente todo se borraba y volvía ser como siempre en blanco total.

Habría sido alguna vez diferente, no lo sabía, pero ¿quién era? Preguntas sin respuestas, Manuel algunas veces caminaba por esos parajes, se los conocía como la palma de su mano, observaba a veces a los arrieros a los cuales los acompañaba largos trechos corriendo al lado de las mulas, estos le convidaban comida y así como aparecía, desaparecía; un día se cruzó con un hombre que viajaba por la Cordillera de paso hacia Cañete de la Frontera cerca de Caicupil, Manuel salió a su encuentro, este le pregunto por la ruta que llevaba; Manuel lo invito a su Cabaña, el Hombre con desconfianza primero trato de entender a este hombre ermitaño pensó pasar la noche y marcharse apenas saliera el sol, de todas manera no pensaba dormir, no sabía si el hombre estaba loco o enfermo, trataron de conversar esa larga noche, con ademanes y gestos se entendieron, de repente el afuerino miro detenidamente al hombre ermitaño y se dio cuenta quien era este hombre, a su memoria aparecieron las imágenes de los periódicos de épocas pasadas, cuando los titulares daban cuenta de todo tipo de especulaciones sobre este rico hombre hacendado que había desaparecido un día encontrándose su caballo distante muchos kilómetros en las vegas de Carampangue, se pensó que el hombre habría sido asaltado, muerto y enterrado y su caballo había escapado de los asaltantes.

Se especuló, que le había ido mal en los negocios, era sin dudas el hacendado Millonario San Fuentes, ¿Qué hacía allí, que paso, porque nunca volvió a su hogar? ¿Tantas preguntas sin respuestas? El afuerino, al despuntar el sol se preparó para marcharse, no había podido dormir durante toda la noche el ermitaño durmió plácidamente, el desconfiaba y la noche en vela le aclaro las dudas; sabía a ciencia cierta quien era ese ermitaño, pensó una y otra vez contarle quien era, decirle de su pasado, pero para ¿Qué? , Su mujer lo había esperado por largos años, juntos a sus hijos; las burlas de la gente que la habían dejado por otra mujer, un día decidió marcharse, tomo sus cosas y partió con rumbo desconocido, la casona que ocuparon en su tiempo de esplendor fue objeto de saqueos y robos y muy pronto se transformó en ruinas, quedando como mudo testigos de una tragedia, nadie más nunca volvió a saber de la familia San fuentes.

El afuerino subió a su caballo se despidió del ermitaño, con un adiós, pesando nadie sabrá jamás de tu desgracia, sigue en tu mundo de soledad y silencio de estas montañas, algún día Dios iluminara de nuevo tu celebro y solo serás tú el dueño de desvelar tu tragedia; adiós.

FIN

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